viernes, 20 de septiembre de 2013

Destruir lectores: docencia y responsabilidad




Aquí estamos de vuelta en el blog y de vuelta en el cole. El retorno a las clases inunda la vida cotidiana de todos nosotros y nos rige de nuevo con horarios y rutinas. Atrás queda el verano, vacaciones, charlas y ese vacío fecundo donde tenemos más tiempo para reflexionar sobre cuestiones que nos preocupan.
 
Una de estas charlas con una amiga me llevó a escribir esta entrada sobre las relaciones entre escuela y hogar en torno a la lectura. Es tan solo una historia, quizás un tanto anecdótica, pero que me parecía significativa de esta relación a veces conflictiva que hemos visto en nuestros talleres.

Os cuento: mis amigos, profesionales que trabajan en el mundo del libro, son padres de dos niños. En su casa nunca han faltado los libros, les leyeron a sus hijos desde antes de nacer ansiosos por compartir ese placer con ellos, cantaron canciones, jugaron con las palabras…

Entonces llegó la escuela y sobre todo una maestra de educación infantil muy preocupada por el aprendizaje lector pero con una manera muy diferente de conseguirlo. Aparecieron, para el mayor, las largas horas sentado en una silla, las fichas diarias y a partir del segundo año de infantil, los deberes de fin de semana. Los mismos consistían en leer un libro de la biblioteca de aula, que los niños no podían elegir y  después rellenar una ficha con el título, el autor y hacer un dibujo. Con cinco años la cosa se ponía más exigente: titulo, personajes principales y resumen!!! Con cinco años!

Muchos podréis decir que tampoco es para tanto, pero ante esta respuesta yo siempre pienso cuántos de nosotros querría hacer algo similar. No yo, sin duda, que innumerables veces he querido llevar un diario de lecturas y no he conseguido hacerlo un poco por pereza y un poco porque no de todos los libros que leo me apetece escribir, no de todos quiero dejar constancia por escrito.

En concreto, mi pequeño amigo odiaba hacer esta tarea y se eternizaba copiando los nombres solicitados y hacía después un dibujo deprisa y corriendo para poder dedicar su  precioso tiempo de ocio a otras cosas mucho más importantes, como jugar.

Las fichas de lectura creo que merecen otra entrada a parte pero sin duda durante nuestros años de experiencia hemos podido comprobar que no sirven de gran cosa, no estimulan, no animan y tan solo terminan pareciendo fastidiosas tareas en torno a la lectura tengan el formato que tengan.
 
Como para seguir motivando, los libros que conformaban la biblioteca no tenían mucho valor, malos textos y malas ilustraciones que para este niño tan leído (a través de la lectura en voz alta de sus padres) tenían muy poco interés. Al terminar de leerlo, supongo que poniendo en la balanza el esfuerzo y la historia contada, decía: '¿y?'

Y ahí mis amigos, como muchos otros padres lectores, se ven de pronto divididos entre la exigencia de la escuela de forzar a su hijo a leer y la angustia de perder el placer que hasta entonces la lectura les daba. Sobre esta dicotomía hay un capítulo muy bueno y con un cierto tono humorístico que quita hierro a la cuestión en el libro de Lourdes Reyes Camps, Vivir la lectura en casa, y que se titula ‘si esto son vacaciones, que baje Dios y lo vea’. Como la autora, tuvieron el sentido común de seguir leyendo en voz alta a su hijo que seguía disfrutando así de la lectura.

No quiero aquí hacer una generalización sobre las prácticas de lectura en la escuela, porque existen muchas buenas prácticas llevadas a cabo por personas interesadas, no solo en enseñar a leer, sino también en descubrir, o al menos sostener, el placer que la lectura reporta  a los más pequeños.

En este caso que aquí relato y en otros muchos que conozco y que incluso he padecido yo misma, me pregunto por la responsabilidad del docente y por su conciencia de esa responsabilidad. ¿Esta profesora en concreto, sabe lo que está haciendo? ¿Es consciente del fracaso que ha supuesto su enseñanza del proceso lector?¿Es consciente de la tortura, ya no sólo para el niño sino para la vida familiar, que suponían sus tareas? ¿O culpará a los padres de no haber dedicado suficiente tiempo a la práctica de la lectura en casa? ¿Creerá que ha hecho lo mejor por este alumno? Es posible, porque como pasa en la escuela, con las aulas masificadas y programas apretados que hay que cumplir, no hay tiempo para respetar los  tiempos de cada uno y mucho menos de mirar y escuchar al niño que tenemos en frente. La Escucha,  la escucha otro tema que necesitaría una entrada aparte.
 
Por suerte, en el actual sistema, el mismo profesor dura 'solo' tres años en la etapa de infantil y mi amigo ha pasado este año a primaria. Esta vez, parece que tenemos una profesora diferente que en tan solo unos pocos días ha conseguido devolver la confianza perdida. Sin duda, esa constancia de sus padres en seguir disfrutando con los libros ha sido fundamental para recobrar el camino.

Ayer me dieron una gran noticia por teléfono: la lectura de la noche, la hizo él para toda la familia. Un ejemplo más de la responsabilidad que los docentes tienen para bien y para mal.
 ¡Qué vivan los cambios!