viernes, 7 de diciembre de 2012


¿Cuánto vale un cuento? ¿y si es contado?

En esta época donde parece que los profesionales somos expulsados de los espacios que ocupábamos y los nuevos modelos de gestión de los sistemas públicos creen que cualquiera puede hacer cualquier cosa, no dejo de oír de boca de diferentes agentes algunos tópicos sobre la narración oral y sus precios que me dejan bastante perpleja.
Lo que un profesional decide cobrar por su trabajo es una mezcla muy particular entre lo que él o ella cree que vale y lo que el 'mercado' está dispuesto a pagar. Es cierto que durante algunos años los narradores hemos vivido una época dorada y como decía un día el narrador Rafa Ordoñez nos ha explotado 'la burbuja narradora'. Aunque, así dicho tiene cierta gracia y hay que reconocer que en ciertos momentos se ha despilfarrado, también es cierto que el gasto en narradores que han podido hacer las administraciones en épocas de bonanza sigue siendo para echarse a reír.
Hace poco, Pep Bruno escribió un artículo muy detallado de lo que cobra un narrador y cómo ese dinero no es tanto si se ve lo que gasta y el tiempo que invierte en hacer su trabajo. Os dejo aquí el link porque ahí  está suficientemente bien explicado: http://tierraoral.blogspot.com.es/2012/07/inviable.html

De esta polémica a mi me interesa destacar otras cuestiones, ciertos tópicos que en esta época de desestimar la profesionalidad he oído de boca de gestores, bibliotecarios, especialistas en Lij e incluso compañeros.

Los narradores han cobrado mucho: Aquí entramos en el debate anterior de lo que cada uno ha querido cobrar por su trabajo y lo que otros han querido pagarle. En mi caso, la mayoría de bibliotecas para las que trabajo y he trabajado han mantenido una programación estable con un precio marcado en el que se pagaba a todo el  mundo lo mismo. Algunos momentos puntuales hemos cobrado más pero esas situaciones también compensaban otras muchas donde la falta de recursos de quien nos contrataba nos ha llevado a cobrar menos.
Una conferencia no se paga tanto: como todo depende, seguramente en muchos casos sea así y seguramente en muchos casos el problema es que ciertas conferencias y clases especializadas deberían pagarse más. Sin embargo, conviene dejar claro que la narración oral no es una conferencia es un 'Arte escénica' como el teatro o los títeres o tantas otras. Claro, que lo que vale el arte es muy difícil de medir y eso siempre lleva a la siguiente aseveración muy oída también en el entorno de las artes plásticas:
Eso lo hace cualquiera: Esta es seguramente la gran mentira que está haciendo a muchas administraciones darse de bruces con la realidad. El ejemplo más cercano es el del ayuntamiento de Madrid que cedió la gestión a una gran empresa, prescindió de los profesionales y ahora está haciendo algo de tan mala calidad que desde la asociación de narradores de Madrid (Mano) estamos pidiendo que dejen de llamarle cuentacuentos.
Total si a los niños se los conforman con poco:  esta es la otra mentira que se encadena a la anterior . Los niños son el público más difícil que existe. Un niño aburrido no se queda quieto por cortesía escuchando a un narrador. El problema es que nuestro arte tiene la paradoja de que cuánto más sencillo parece, más cosas se están poniendo de fondo, de manera invisible, para que esto suceda. Cualquiera que se haya enfrentado a un grupo numeroso de niños, lo sabe.
Además el público al que habitualmente nos enfrentamos, sobre todo en bibliotecas, es de lo más variado. Hablamos de sesiones muy multitudinarias donde hay desde bebés a niños de 9 o 10 años y sus familias. Estos últimos también son un público difícil de controlar, con más ganas de charlar con los amigos con los que ha venido, que de estar en silencio. Sí, silencio, eso es lo que consigue un buen narrador que además de enfrentarse a este grupo que muchas, muchas veces supera las 100 personas, lo hace sin apoyo técnico, sin micrófono y de viva voz. El silencio, denso y atento es sin duda la mejor prueba de que un narrador está haciendo bien su trabajo. Pero claro, eso es muy difícil de valorar, ¿cuánto vale un silencio?.
La gente va porque es gratis: Otra mentira con la que se forma la santa trinidad de los cambios en los modelos de gestión. La gente no es tonta, los niños menos, y una familia que se pasa una sesión de cuentos tratando de conseguir que sus hijos se estén quietos y entendiendo que tanto los niños como ellos, se aburren, no vuelven.
Lo malo es que el público poco experimentado que haya ido a pocas sesiones no piensa que esa función fue mala, piensa que los cuentacuentos son un aburrimiento y la siguiente vez se lo piensa dos veces antes de acudir a otro.
Es que cobrar eso por una hora: Una hora de contada no es una hora de trabajo (eso lo explica bien Pep en su artículo) pero cuando nosotros cobramos por nuestro trabajo ponemos en juego años de trabajo, años de narrar el mismo cuento para que salga como sale, para que el público se vaya contento con una experiencia compartida.
Este argumento me ha hecho a veces esgrimir razones que luego no me han parecido ciertas, cosas como que no sólo contamos el cuento, muchos llevamos títeres, escenografía... que lleva tiempo y dinero preparar. Sin embargo este es un argumento falaz. Yo he tenido la suerte de compartir escenario con grandes narradoras anglosajonas:  Inno Sorsy, Margaret McDonnald que hacían una narración más tradicional, más despojada y no por eso, menos valiosa sino incluso todo lo contrario. Esa es una de las grandes ventajas de la narración que crea un mundo sin nada, sólo con palabras.
Hay cada narrador tan malo: Sí, seguro, como en todo en esta vida hay todo tipo de profesionales e incluso cualquiera de nosotros puede también tener un mal día. Pero digo yo que tan mal no lo habremos hecho cuando hemos llenado las bibliotecas. Cuando los buenos programas de gestión (llevados a cabo por bibliotecarias comprometidas y funcionarios públicos dispuestos a invertir una cantidad mínima de dinero) se han puesto en marcha. Cuando ha habido sesiones periódicas y sostenidas durante el tiempo, los cuentacuentos se han llenado, las bibliotecas han tenido que limitar el aforo y repartir entradas, cosas que cuando empezamos en esto parecían inimaginables. Como me decía el otro día Ana Julia, la bibliotecaria de Villa de Vallecas, las actividades son el 'marketing' de la biblioteca.

Que lo hagan las bibliotecarias: este es el modelo que se quiere seguir en muchas bibliotecas y sin duda daría para un debate más amplio. Seguramente se podría ir hacia un modelo mixto y las bibliotecarias podrían hacer pequeñas sesiones de la hora del cuento todos los días que tendrían un efecto muy interesante. La realidad, sin embargo, es bien distinta, las bibliotecarias en su mayoría no se forman para hacer este tipo de trabajo y lo que es aún más importante, no tienen el tiempo suficiente para poder realizarlo.
Contar cuentos no es animar a la lectura: Esto requeriría una entrada más extensa y aparte. Pero insistiendo en lo que es para mí la clave desde hace años, todo depende de 'cómo' se haga. Hace poco Darabuc también escribió algo en su blog al respecto.

Qué futuro nos espera con los narradores fuera de las bibliotecas, no lo sé. Algunos días pienso que el trabajo que hemos construido entre todos durante años se verá destruido rápidamente y las bibliotecas estarán cada vez más vacías aunque no le va a importar a nadie. Otros días me levanto más esperanzada y seguimos en la búsqueda de nuevas formas de ganarnos la vida, de nuevos espacios donde nuestro trabajo sea valorado y mientras tanto, si resistimos, quizás vuelvan tiempos mejores.

Estrella Escrina

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